26 de abril de 2010

La ciudad de los avestruces

Publicado el lunes, 04.26.10
La ciudad de los avestruces
By ALEJANDRO ARMENGOL

Parece que aún no ha llegado el momento de que todos, en Miami y en
Cuba, le pidamos perdón a Elián González. Al cumplirse 10 años del
asalto a la vivienda de los familiares del niño en La Pequeña Habana, se
han repetido muchos de los argumentos típicos del exilio, no ha faltado
la nostalgia e imperado los factores políticos, pero la reflexión y el
balance crítico continúan ausentes.

Reconocer no sólo que fue un error político batallar por la permanencia
del niño en Miami, sino fundamentalmente un acto de arrogancia del
exilio, continúa a la espera del necesario debate.

Una aclaración preliminar. Hubiera preferido otra solución. No me
resultó agradable ver la imagen del adolescente convertido en un cadete,
en su papel de delegado del IX Congreso de la Juventud Comunista, y no
cabe duda que ni Elián ni su familia pueden moverse libremente en la
isla. Ciertos privilegios y beneficios de que disfrutan han estado
acompañados de un control estricto y una vigilancia que el gobierno
cubano debe justificar por la fama alcanzada por el niño y su valor
simbólico, pero que también es un reflejo de la sociedad totalitaria en
que vive.

Lo que pasa es que esta reacción emocional se contrapone al hecho de
conocer a suficientes ex miembros de la Seguridad del Estado, ex pilotos
de Migs, ex alumnos de las Escuelas Militares Camilo Cienfuegos y ex
militantes del Partido Comunista de Cuba y la Unión de Jóvenes
Comunistas, que viven en Miami, para no ver este hecho como algo
transitorio. Quienes desearon sinceramente que lo mejor para el niño era
criarse fuera de Cuba tienen por delante mucho más que la resignación y
el disgusto de verlo asimilado por completo al sistema imperante en la isla.

¿Qué hubiera sido mejor para Elián? ¿Permanecer en Miami o ser enviado a
Cuba? Tengo más dudas que una respuesta clara. Rechazo las escuelas
militares cubanas, pero también creo que estudiar en un centro de
enseñanza propiedad del delincuente convicto Demetrio Pérez Jr. no es
muy atractivo. Es seguro que iba a tener la ventaja de conocer un mundo
más amplio que los límites de permanecer en la isla. Pero hasta dónde
pueden ser valoradas estas ventajas materiales en el desarrollo
emocional del niño. Porque lo que sí resulta fundamental y definidor
--en éste y otros casos-- es la presencia del padre. Y a partir del
momento en que Juan Miguel González llegó a este país con su familia,
debió haber quedado claro que no quedaba otra opción que la entrega del
niño al padre.

Hay algo primordial en este sentido, y es reconocer que todos los que de
alguna forma participamos en el caso de Elián --y en Miami la lista se
extiende a la mayoría de la comunidad cubana exiliada-- teníamos el
derecho de expresar nuestras opiniones pero no a otorgarnos la facultad
de poder decidir su destino. Que éste era un asunto familiar y que la
prioridad al respecto la tenía el padre. Es en este sentido que
considero que hay que pedirle perdón a Elián. No hay justificación ante
la imprudencia de inmiscuirse en la vida del niño.

El Servicio de Inmigración y Naturalización cometió el error de no
devolverlo lo más pronto posible, en momentos en que la dimensión
política de la tragedia estaba presente, pero dentro del contexto de la
situación cotidiana cubana. Luego trató de enmendar su error --pero por
razones legales y locales no pudo hacerlo con la suficiente prontitud--,
y lo entregó al padre cuando ya la custodia del niño se había convertido
en una causa política de gran magnitud, en Cuba y en el exilio. El
gobierno de Bill Clinton actuó como le correspondía hacer, de acuerdo a
las leyes, y el ex mandatario ha hecho bien al reconocer que no tiene
nada de que arrepentirse.

El arrepentimiento debe venir de quienes nos opusimos a la deportación,
que nos dejamos seducir por diversos factores, desde la esperanza de
creer que éramos capaces de decidir un futuro mejor para Elián --lo que
no fue más que un acto de arrogancia-- hasta la dimensión casi mítica
que acompañó al niño.

Las palabras y los argumentos se convirtieron en un laberinto de
detalles unos importantes y otros intrascendentes, donde resultó muy
difícil deslindar lo valioso de lo superficial. Al final, el mito se
trivializó, y en última instancia la realidad cubana fue rezagada por el
entonces rostro fotogénico de Elián.

La mayor de las paradojas fue la insistencia del exilio de echar a un
lado la importancia de la familia, y dar prioridad a los argumentos
políticos frente a los familiares.

¿Cómo resultó tan difícil comprender, por parte del exilio, que en un
país que por filosofía otorga precedencia a los valores familiares, era
seguro el rechazo a una actitud en que estos derechos pasaran a un
segundo plano, desplazados por criterios políticos y la posibilidad de
disfrutar de una infancia con mayores comodidades y privilegios en
Estados Unidos y no en Cuba? ¿Quién pudo imaginar que se viera con
simpatía la opción de que el niño no permaneciera junto a su padre sino
con unos familiares lejanos?

Claro que no resultaba correcto considerar a Juan Miguel González un
simple padre luchando por recuperar a su hijo, pero reducir su papel al
de un monigote del régimen fue un error de un exilio concebido y
desarrollado en la defensa de la patria potestad. Lo peor de todo es
que, una vez más, la política del avestruz se ha impuesto, y muchos
siguen sin reconocer tal torpeza.

aarmengol@herald.com

http://www.elnuevoherald.com/2010/04/26/v-fullstory/704877/alejandro-armengol-la-ciudad-de.html

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